sábado, 30 de marzo de 2013

La nueva era – Sergio Gaut vel Hartman



Después de la muerte del abad Monferrato, los discípulos quedaron convencidos de que se avecinaba una nueva. Pero cuando transcurrió una semana sin que nada distinto hubiera ocurrido en el convento, algunos de ellos, quebrantando una regla básica, se dejaron morir de hambre, cayeron accidentalmente en pozos profundos o se ahogaron en lagunas y arroyos. El hermano Jonás, por ejemplo, levitó hasta ensartarse en el borde metálico de una nube y Epifanio, un novicio pusilánime y asustadizo, corrió descalzo por la campiña sin detenerse durante treinta días y sus noches. Al final de la carrera, sus pies y piernas habían menguado hasta tal punto que fue enterrado en un cajón de manzanas. Por fortuna para la congregación, sin embargo, las cosas se arreglaron con la llegada de Florisella, una vieja y experimentada prostituta. Los sobrevivientes vieron en ella la señal que esperaban y la nueva era pudo comenzar.

Acerca del autor:
Sergio Gaut vel Hartman

jueves, 28 de marzo de 2013

El olvido se hace esperar - Diana Sánchez



Debajo de la mesa no se barre.
Papelito tirado en “La Perla” de Once.
Lo levanto; edwinabearrobagmail. La conozco; éramos amantes. Fuimos.
Manos nerviosas. Corro la silla.
Baño-sucio. Lluvia afuera y el recuerdo.
Adentro, café-quemado y el recuerdo.
Una tarde  más. Y el recuerdo.
Oscurece.
De noche todo se vuelve más claro. O más negro.
Bufanda y cigarrillo.
Arrugo el papel y lo dejo caer en mi bolsillo.

Acerca de la autora:  Diana Sánchez


Incomunicación indeseable – José Luis Velarde



Muchos mensajes enviados en los medios electrónicos jamás llegan a su destino. No quiere decir que las redes sociales fallen. Lo que ocurre es que los receptores de los mensajes desean posponerlos, quizá un rato, quizá de manera definitiva. Para ello van al icono “Acciones”. Luego seleccionan: “Marcar la conversación como no leída”.
¿No bastaría pronunciar frases claras?
“No me interesa leerte. No tengo tiempo para lo que propones. Me da lo mismo. Ya no escribas”.
Quizá precisen escribir algo contundente para los más tercos.
“Resulta imposible destinar mi tiempo a saber de ti; por favor no vuelvas a notificar nada que te involucre”.
Quizá lo más sencillo para el receptor de los mensajes que desea mantener anónimos sería eliminar al indeseable emisor de mensajes que ni siquiera desea recibir.
Quizá debería existir una opción que dijera:
“Soy vouyerista y me gusta saber de ti sin que te enteres.”

Acerca del autor:  José Luis Velarde

El inquilino - Raquel Sequeiro


Cuando no entiendo, me agarro a cada una de mis soledades, me proscribo a mi mismo, me encierro en el cuarto de baño, escucho viejas canciones de The Kills, me afeito las piernas. Mi mujer dice que son todas ellas hechas con intención, con la intención precisamente de no pasar desapercibido, porque, moribundo, me quedaría tiritando en el piso. Soy de los que llaman a la oficina para admitir un catarro inexistente y sonarme los mocos ante una bolsa de patatas fritas, bebiendo cuanto haya en la nevera. Aún así, soy un gran tipo. Las cartas de mis hijas llegan periódicamente desde Australia y mi terapeuta ha conseguido que me deshaga de la manía de morderme las uñas.


Acerca de la autora:

martes, 26 de marzo de 2013

Un favor a los amigos – Sergio Gaut vel Hartman



—¿Un prostíbulo? ¿Le parece?
—El personal se aburre.
—Que jueguen al chinchón o a la generala.
—¿Sin apuestas? No tiene gracia.
—¿Y cómo le pagarían a las chicas?
—¿Chicas? No pensamos en chicas. Nos pareció que usted, con esa facilidad que tiene para transformarse, podría ser todas las meretrices al mismo tiempo. Dele, don Zeus, ¿qué le cuesta?

Acerca del autor:  Sergio Gaut vel Hartman

Bajo la luz de las Pléyades (3) – Héctor Ranea


La Adivina, tendenciosa, sentenció con voz de soprano incandescente:
—Leamos el hígado de la cabra última nacida.
—Serás una maestra augur, pero necesitamos arúspices —dijo Basileo, el Presidente del Consejo.
Ella movió su enorme falda plisada, haciendo con el frufrú que todas las cabras lanzaran leche a los ojos de los maestros carniceros.
—Las cabras no parirán —eso está escrito en Taygeta. ¿Acaso no lo veis?
—¿Adivinas con las estrellas? ¿Cuándo cursaste Astrología, bruja de barrio? —espetó Gorilio, el mata bueyes, en forma tan ordinaria que la Adivina enloqueció; fue al pico espiral, escarpado como la copa de la Constitución y se lanzó. Con su voz, la cantante lanzó una maldición que duró siglos en ser borrada: seguimos sin poderle leer el hígado a las cabras. Alguien tendrá que enseñarles a escribir con mejor caligrafía.
A propósito, la Adivina no se mató. La falda la protegió durante la caída.

Sobre el autor: Héctor Ranea

Bajo la luz de las Pléyades (2) – Héctor Ranea


El maldito Adivino, Juglar Repositor y Kantor de la Scola Ominoso Canticus, también Cocinero de Manjares Rituales y Gran Maestre de la Hermandad del Bronce, nos había dado la tarea de catar la leche de las cabras de Hildegarda directamente de la ubre de cada una. Suponía, en su fantasía asombrosa, que, provocada por la luz de las estrellas Celaeno y Pleione, en los animales se había tratado de introducir un animal fabuloso que sólo con tal amague haría claudicar a nuestras mujeres haciéndolas descabellarse de tanto renguear con sus tres piernas. Pero luego descubrimos que su jugada era humillarnos al hacernos chupar a las cabras pues quería poner una fábrica de queso, haciéndonos echar a los Lecheros Monacales. Veneranda sea Hildegarda, aunque sigue impune el malvado.

El autor: Héctor Ranea

Bajo la luz de las Pléyades – Héctor Ranea


¿Qué clase de narrativa podemos considerar si nuestro Universo se yergue a pocos parsecs de las Pléyades, que pronto serán partículas de un fragmento minúsculo de la nada? ¿Qué clase de conciencia, si la hubo, nos pudo haber puesto vivos bajo esta luz tan bella como mortal? ¿Qué concepto de la creación, de la bondad, intolerable, por cierto, pudo haber puesto nuestra vida en riesgo desde que nació este pobre planeta tullido? No se puede hacer una narrativa de esto. No bien comience a escribir, estallará alguna de estas estrellas inestables o comenzará a hacerlo. Si no comienzo también puede suceder. El futuro es triste, enorme y vacío. Nada se puede decir, nada se puede hacer. Nadie quiere siquiera leer. ¿A qué propósito si al leer podemos hacer estallar el planeta? Sólo esperar, comer las frutas y soñar, soñar.


Acerca del autor: Héctor Ranea

Entonces él - Rafael Blanco Vázquez



Entonces él se fue a dormir un rato mientras ella preparaba la cena. Había tenido un día agitado y le dolía la barriga. Y cuando ella fue a despertarlo se lo encontró muerto, de un plácido infarto durante el sueño, según supo más tarde. Lo lloró. Lloró a aquel hombre con el que había vivido los últimos dos años. Lloró a aquel hombre que acababa de cumplir los cuarenta, aquel hombre que siempre bromeaba con la muerte y ahora estaba muerto de verdad.
–Mírala, es la muerte –reía melodramático ante una simple diarrea.
Algunos familiares y amigos lo lloraron también. Nadie se esperaba aquella muerte, digamos, sin previo aviso. Y era un hombre que se hacía querer, a pesar de su mal carácter.
Fluyeron las lágrimas y los tópicos, y luego ella quedó sola, como un tópico andante camino del olvido.

Acerca del autor:  Rafael Blanco Vázquez

lunes, 25 de marzo de 2013

Testigo, mate en mano — Cristian Cano


La semana pasada, por la noche, vimos una luz que surcó el cielo de norte a sur. La vieron todos los peones. Siempre salgo a esta hora para ver si pasa de nuevo. Estoy lo bastante cuerdo como para darme cuenta de que no es un efecto del whisky. De eso, estoy seguro. Antes de ayer los peones vieron una extraña criatura salir disparada desde el yerbatal. Por la alarma salí desde el fondo del quintal. Nunca vi a los peones acuñar un azadón de esa manera. Parecía que se habían olvidado de todo lo que les enseñé. Ellos me dijeron que lo corrieron para cazarlo, como hacen siempre, pero que subió al cielo como una flecha. No quiero creer que sea lo que me dijo uno de los investigadores que vinieron hoy. Entre ellos cuchicheaban sobre algo omímodo. Vaya uno a saber.


Acerca del Autor: Cristian Cano

domingo, 24 de marzo de 2013

Llovía - Paula Duncan



Con el primer trueno, salí corriendo a comprar lo que me faltaba, busqué pan, llegue a la verdulería, conseguí algo de ensalada y al salir ya llovía, y pensé ¿corria o disfrutaba? y por supuesto opté por lo último... ¡jajá! era un placer impagable caminar bajo la lluvia, sentir las gotas escurriéndose por mi cabello como si una gran mano me acariciara, levante la cara y la lluvia mojo mi rostro, cada vez caminaba más despacio para gozar con esa lluvia, no pude cazar charcos; todavía no los habían soltado. Un relámpago ilumino el cielo en su totalidad, mire con atención; estaba en la puerta de mi casa... 

Acerca de la autora:  Paula Duncan

La lágrima que inunda la pradera - Héctor Ranea



—¡Mamá, mamá! —grito Mireya, mientras corría hacia mamá—. ¡Nos atacan las sirenas, las sirenas!
Mamá la miraba atónita como si nunca antes la hubiera visto así alterada. Sus senos se habían petrificado ante los gritos de Mireya. Estaba más preocupada por esa niñez tormentosa poblando su mente de pesadillas, que por esos gritos de terror. Mireya apenas se movía mientras corría hacia mamá, como si su silueta transparente se desplazara por un escenario resbaloso, húmedo.
Tía Águeda miraba a mamá preocupada, se veía que no aprobaba estas visiones aunque difícil que supiera cómo hacer para evitarlas. Las sirenas habían sido la obsesión de mi hermana y sin dudas no podría ocultar el terror que le producía ver la lápida de su tumba sumergida en el salitre, rezumando un vino ominoso y segregar venenos malolientes, mientras en el nombre en relieve de mi hermana un alga eterna no lograba fenecer.


Acerca del autor:  Héctor Ranea Sandoval

viernes, 22 de marzo de 2013

La desazón del consuelo - José Luis Velarde



No sé si numeroso sea un adjetivo que pueda definir el grito que lancé ante ti. Surgió de todas mis personalidades y eso ya implica una multitud. Fue un impulso más veloz que una flecha mientras pudo mantenerse en el espacio donde la distancia comenzaba a separarnos. Oscilaste como un junco para evadir el ruido que no pudo revivirte piel adentro. Vi a la felicidad desplomarse en el eco de las palabras incapaces de reconstruir el rumbo. Comencé a ahondar las murallas construidas alrededor de tu cuerpo sin ir más allá de mi deseo. La muchedumbre convocada por mi grito no pudo unificarse ante ti como si fuera una ganzúa experta en revelar secretos. Derrotado tuve que reconocer la facilidad con que diseccionas egos y retrocedí a un espacio menos conflictivo.
Ahí grité hasta quedarme sordo.
Admiro que no hayas podido silenciarme y lamento no poder imaginar tu respuesta.


Acerca del autor:  José Luis Velarde

Radiografía - Fran Macjus



La radiografía es una nube borrosa llena de manchas. Diego no tiene idea siquiera qué lado va para arriba, pero el doctor Llorente sí sabe.
—Incurable, Diego. Irrefutable, la radiografía.
Las palabras de Llorente le suenan también borrosas. Algún rincón de su cabeza se encarga de que la lengua pregunte: ¿Es seguro? (Sí). ¿Hay alguna otra opción? (No). Por las dudas, ¿no vale la pena hacer otros estudios?
Mientras la cabeza se encarga de las preguntas, Diego piensa: es injusto. Diego piensa: es muy pronto. Diego piensa: no es verdad. No está pasando. Es un mal sueño, ya va a pasar. La cabeza y Diego preguntan juntos: ¿Por qué?
El doctor, paciente, vuelve a explicar que la radiografía muestra extensas ramificaciones que ya no pueden ser…
—¡No! —grita Diego—. ¿Por qué a mí? —El doctor Llorente lo mira fijo—. ¿Por qué a mí?
—¿Por qué no?


Acerca del autor:  Fran Macjus

lunes, 18 de marzo de 2013

Islas - Alejandro Bentivoglio



Jean Claude Letrine, notable poeta francés, concurrió como era habitual al salón literario donde improvisaría unos versos a puro mandoble de verba en movimiento. Sin embargo, para ir calentando la garganta, decidió empezar con una tonada ajena, inglesa en su flema.
 –Ningún hombre es una isla… –inició.
Pero continuar fue imposible. Una feroz, megalómana, santa elénica voz gritó desde lo profundo de la lejanía.
 –Yo, Napoleón Bonaparte, lo soy –se escuchó, clausurando toda continuidad.


Acerca del autor:  Alejandro Bentivoglio

jueves, 14 de marzo de 2013

Los pensamientos también viven - Cristian Cano



Buscar la palabra precisa es ahondar en lo desconocido. Elegir con sumo cuidado para descargar la necesidad, es encontrar el orden en el desorden. Pues en el reino desorden nunca se sabe, se supone. Encontremos el conjunto de palabras que nos despojen de esta incertidumbre perenne. No nos contentemos con decir todo con catorce de ellas. Sepamos conocer y replicar esa misteriosa energía que es la principal causa de nuestras células. Sí, esforzarse a encontrar lo que esta energía quiere significar, es decir la totalidad de la idea. Es replicar la vida.


Acerca del autor:  Cristian Cano

Guardianes interplanetarios - Raquel Sequeiro



—¿Lo has pensado bien?
—¿Pensar qué? —dijo.
—Ser un peatón verde. Uno de los nuevos. Como aquel de allí —señaló al otro lado de la carretera, hacia la otra acera blanca, lisa y susurrante—. Aquel es un phlauto; siguen todas las normas del código de circulación canónico.
Al pequeño Wlist se le llenó de líquido la pleura, por la ansiedad. Se vio reflejado en uno de los múltiples espejos de los enormes edificios alineados, extravagantemente planos, monocordes y rectangularmente altos. Echaba de menos la cuadra de Magenta, su yegua, y la vasta estepa, en el otro planeta. Se desencadenó la vibración de siempre: ese choque de placas tan extraño.
—Regresamos en segundos y visualizamos el plano de este.
Wlist se quedó confuso; no se movía ni un corcho.


Acerca de la autora:

martes, 12 de marzo de 2013

Recolección muy comprometida – Héctor Ranea



—¡Oiga, pare el carromato! —oí que gritaban desde dentro del atmosférico.
Me produjo una sorpresa desagradable. Era la primera vez en cuarenta años que en lugar de trasladar los contenidos de los pozos negros, trasladaba bosta de murciégalos y de vampiros, pero nadie me había advertido que podía venir alguien con capacidad parlante en el medio de la mierda.
Abrí, después de ponerme la escafandra, el gran tacho y salió el tipo. No podía creer lo que veía. Se lo notaba elegante, de esos que salen en las revistas acompañando alguna modelo o vieja actriz, pero estaba hediendo como el infierno y bastante arrugado de traje.
—Disculpemé, no lo vi —traté de defenderme.
—Diga que me agarra apurado, que si no, lo muerdo —me dijo. Y no lo vi más.
¿Alguien me puede explicar qué pasó? Para mí, me alucinó la mierda de murciégalos, ¡qué quiere que le diga!

Sobre el autor: Héctor Ranea

Una tarde en el Coliseo - Rubén Pesquera Roa



No se arredran ni ante la hidra ni ante los grifos o la anfisbena. Sólo se apretujan un poco cuando ven el babear rabioso de los minotauros y las múltiples cabezas de la hidra. Se confortan unos a otros y, elevando las manos, arrecian la intensidad de los cánticos religiosos. Cuando el ave roc oscurece el cielo y los aullidos de los licántropos, acallan los himnos, el público estalla en vítores y aplausos, es la señal para que comience la masacre. No son sino mujeres, niños y ancianos despedazados, zampados y deglutidos, la sangre salpica aun a los de las primeras filas.
A punto de terminar el festín salen de los fosos los sátiros y las arpías que se encargarán de regresar a los monstruos a sus respectivas mazmorras.
El Emperador, aburrido, comenta a gritos con Hércules, el invitado de honor —¡pinches cristianos, ni así entienden!—, y acercándosele al oído, para que lo escuche mejor —¿de dónde sacarán tanta pendejada?


Acerca del autor:  Rubén Pesquera Roa

Filippo Giordano - Christian Lisboa



Filippo se levantó de madrugada y no encendió la radio, pues no tenía. Transpiraba. Nuevamente había soñado con fuego, una pesadilla recurrente. Se dirigió a la única ventana y contempló, extasiado, la luna. La precisión de su movimiento lo inspiraba. Asistió a la salida del sol, imaginando miles de soles similares rodeados de mundos habitados entre las estrellas lejanas que aún resplandecían en el cielo. No encendió la computadora para consultar Wikipedia, pues no tenía. Tampoco tenía TV cable. Encendió fuego para calentar su desayuno, debía apresurarse. Su alumno, Zuane Mocenigo, ya estaría en camino a denunciarle. Media hora después se puso el abrigo y salió a la calle, con un bulto lleno de ropas, libros y documentos al hombro. Ya era muy tarde, los soldados venían a su encuentro. Era la primavera de mil quinientos noventa y uno.


Acerca del autor:  Christian Lisboa

domingo, 10 de marzo de 2013

Químicamente puro - José Enrique Serrano Expósito



—Es un organismo vivo y un potente ordenador. BioElectrónica en estado puro.
—¿Puro?
—¡Sí!
—¿No tiene órganos, ni excrementos, ni fluidos viscosos?
—No.
—¿Químicamente puro?
—Sí.
—Veo que ha nacido, pero… ¿crece?
—No, ¿para qué? Tiene memoria y velocidad de sobra.
—¿Se reproduce?
—¡Ja, ja, ja! De momento, no.
—¿Muere?
—Lo mantendremos vivo… indefinidamente.
—Entonces está aséptica y puramente muerto. No es BioElectrónica. —Pulsó el botón y entró un organismo cibernético en forma de robot-secretaria (por cierto, químicamente impura), a quien ordenó:
—¡Que pase el siguiente!

Acerca del autor:  José Enrique Serrano Expósito

El universo de Kandinsky – Sergio Gaut vel Hartman


—Se me ocurrió una teoría genial —dijo Chato.
—¿Ah, sí? Escucho. —Raso se desplazó hacia un costado, lo que significaba, inequívocamente, que el planteo de Chato lo descolocaba.
—Vivimos en un universo tridimensional, ¿estás de acuerdo?
—Eso lo sabe hasta un puntito.
—Pero puedo imaginar la existencia de una cuarta dimensión.
—¡Estás loco! ¿Y cuál sería esa cuarta dimensión?
—¡La altura!
—¿La altura? Voy a llamar de inmediato al 666 para que te encierren.

Acerca del autor: Sergio Gaut vel Hartman

Censor cósmico – Héctor Ranea


—¡Usted va y busca todos los ejemplares y les cambia el título! ¿Cuántas veces quiere que se lo repita?
—P-pero… No hay modo, Don…
—¡No me llame Don, no lo soporto! ¿Cómo que no hay modo? ¿Para qué le dimos su título de ángel exterminador?
—¿Todos los ejemplares del “ombligo de los limbos”?
—¡Todos! ¿O es acaso sordo? ¡Todos!
—No sé por qué habrán prohibido el limbo. ¡Estos Papas!

Sobre el autor: Héctor Ranea

El dios puño - Cristian Cano



Vivir lento. Cuando empuño el lápiz, desacelera el tiempo hasta la cadencia más dulce: La seguridad. El letargo sentido en el puño para terminar en papel. Ese destiempo que llevan las nuevas ideas mineraliza en un vástago personaje. Emerge del verdadero volcán generador, un miedo personificado en la realidad más completa. El contexto extensivo que nos perfecciona e intenta corregir. Un personaje sin igual, con mis errores, nace de ese fuego en el puño. Sangra la lava que mata o glorifica al escritor más escritor. Mi mano, en punta de lanza, rasga la tela de la realidad. Por eso las rabietas de novela; debido a esto, las indecisiones en un cuento.


Acerca del autor:   Cristian Cano

viernes, 8 de marzo de 2013

Maratón interminable - Sara Lew



Corre por las calles mirando hacia atrás a cada instante. Corre atropelladamente sin reparar mucho en los obstáculos urbanos ni en los transeúntes que pasan. Corre con el ritmo propio de un corazón acelerado, aunque pareciera que la música que resuena en sus auriculares le marcara el paso. Tejados, balcones, cornisas, nada se resiste a su frenético andar. Desafía al ascensor subiendo escalones de dos en dos hasta llegar a la azotea. Allí, de repente, algo cambia. Ese pánico que lo apremia a correr se convierte en resignación cuando toma conciencia de lo que debe hacer. Como si en ello se le fuese la vida, se dirige presuroso hacia el mar. Llega a la playa exánime, pero no disminuye su ritmo hasta que se adentra en el agua. Por fin, al amparo de las olas, se detiene. Entonces, la bomba adosada a su cuerpo estalla.

Ilustración de Sara Lew.

Acerca la autora: Sara Lew

miércoles, 6 de marzo de 2013

Palíndromo sintáctico - Anna Rossell



No es lo mismo

Ícono de ébano y cartílago, vástago bárbaro, pestífero, de cálido aunque mínimo pero místico y válido vínculo de estímulo rápido de látigo en pésima película cáustica de sórdida temática

que

Pésima película cáustica de sórdida temática en ícono de ébano y cartílago, vástago bárbaro, pestífero, de cálido aunque mínimo pero místico y válido vínculo de estímulo rápido de látigo.

Sobre la autora: Anna Rossell

El punto y coma - Rafael Blanco Vázquez


Cuando discutían (cada vez más a menudo), él solía acabar sus acaloradas intervenciones con un “y punto” que nunca era tal, pues inmediatamente seguía con el tema. Pero aun así, ella le reprochaba que fuese tan drástico, tan terminante. El día que se hartó de dar vueltas y vueltas a lo mismo, sin perder la calma la miró y le dijo:
—Mejor lo dejamos y punto y coma.
—¿Cómo y punto y coma? –se sorprendió ella.
—Sí, te propongo que quedemos como amigos.

Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez

Los consejos de una madre - Paloma Hidalgo



Su madre le decía siempre que pusiese el corazón en todo lo que hiciese, por eso cuando empezó a trabajar en la oficina del paro, siguió con esmero sus consejos y desde que llegó las inscripciones descendieron drásticamente. Era meticuloso, pulcro, un maestro al que pronto muchos empezaron a imitar, se multiplicaron los formularios debidamente cumplimentados a su manera y el paro descendió rápidamente, aumentando eso sí, el número de individuos descorazonados que se acumulaban en las puertas traseras y el nauseabundo olor a podrido en algunas administraciones públicas.

Sobre la autora: Paloma Hidalgo

lunes, 4 de marzo de 2013

Inentendible - Sarko Medina Hinojosa



—Le hablé y me trató indiferente.
—Pero ¿eso no era lo que querías, que ya dejara de molestarte?
—Sí, pero siquiera hubiera preguntado cómo estaba, si me iba bien.
—Tú le pediste que se aleje.
—Pero igual, debió preguntarme por mis amigos mi familia, ser atento.
—Jajajajaja, en serio, hasta pienso que lo extrañas.
—¡Claro que lo extraño! Si no, ¿por qué iría a esas sesiones de espiritismo?
—Sí pues...


Acerca del autor:  Sarko Medina Hinojosa