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viernes, 27 de junio de 2008

Desobedeciendo mandatos - Sergio Gaut vel Hartman


Ninguno de ellos escribía las reglas, ni definía el juego. No obstante, el más hosco y sombrío, un hombre completamente marginal, dijo de repente:
—Él sabe por qué maté a Runciter. —Y señaló a Geschenko—. Esto debe tener una explicación.
—Yo puedo decir muy bien quién es un monstruo. —Geschenko sonrió tenuemente—. Pero eso de los cadáveres es un mito.
—¿Que piensa usted, señorita Joyez? —insistió el hombre.
—Señor: ¿tendría la amabilidad de decirnos qué hace aquí?
—¡Soy el titiritero, carajo! ¡Ustedes deben plegarse a mis deseos!
Docenas de personajes empezaron a reír a carcajadas.
—Usted está muerto, señor Dick —dijo Joe Chip—, y todos nosotros somos inmortales.

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