
El hombre espera a una mujer pelirroja. Como jamás se han visto antes, él examina a cada una de las pelirrojas que ingresa al bar y regresa a su libro cuando comprueba que no es ella. De pronto, como una esférica y amarga boca, la realidad se cristaliza y se hace transversal. El hombre descubre que ya no espera nada, no comprende qué hace en ese bar y por qué no logra pasar de la página 43 del libro que está leyendo. “No existe ninguna mujer”, dice el personaje de la novela. No, no es eso, piensa él, y casi sonríe: la culpa es del científico loco que mezcló las hebras del tiempo.
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