Francisco recomendó a los animales que debían ser buenos, quererse y amarse entre sí.
El cuervo observaba la reunión, con incertidumbre e incredulidad mientras el lobo feroz se proponía seguir los consejos del santo varón. Naturalmente, su intrínseca naturaleza pudo más que él, y al poco rato se tragó a dos ovejas con su lana, a un asno que servía a Francisco de transporte y al perro guardián que no ladraba de puro miedo.
Se asomó el cuervo y repitió, como era su costumbre:
—Nevermore, amigo. Nunca más hay que confiar en la perpetua bondad de los seres. Lo digo y lo repito en todos los idiomas…
Sobre la autora: Adriana Alarco de Zadra
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