
Por la mañana apenas se nota su existencia y llego a olvidarme de ella. Al avanzar el día deja a un lado la timidez y va cobrando fuerza, reclama derechos inexistentes. Llega al grado de no perderme de vista ni un momento, buscando celosa mi atención.
Con la caída de la tarde, crece, se agiganta e impone su presencia. Aunque le teme a los lugares muy iluminados, me acompaña a todas partes, buscando impresionarme con su fiel constancia.
Al final, la victoria es suya, pues en cuanto apago la luz, me envuelve, me aprisiona y es tal su ansia de posesión, que me devora. Ya satisfecha, mi sombra duerme abrazada a la oscuridad.
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