
EL AGITADOR
Eduardo Abel Gimenez
El agitador vive solo. No tiene perro. No tiene amigos. Se acuesta a las once de la noche y se levanta temprano. Mientras camina hacia el subte piensa en cosas que no le cuenta a nadie.
El agitador entra al trabajo unos minutos tarde, saluda con cortesía, se sienta. María S. no le devuelve la mirada. Alguien habla de un programa de televisión.
El agitador come un sandwich de milanesa, carne envuelta en dos capas de pan, con lechuga y tomate. Está flaco de tanto agitar, de tanto agitarse.
El agitador pasa horas enteras sin acordarse de contarlas, y después cae en la cuenta de que falta menos, falta mucho menos y todavía no se puso al día.
El agitador tiene que informar este sábado, y no sabe qué decir. Tampoco tiene ganas.
Ilustración: Grant Wood
El agitador entra al trabajo unos minutos tarde, saluda con cortesía, se sienta. María S. no le devuelve la mirada. Alguien habla de un programa de televisión.
El agitador come un sandwich de milanesa, carne envuelta en dos capas de pan, con lechuga y tomate. Está flaco de tanto agitar, de tanto agitarse.
El agitador pasa horas enteras sin acordarse de contarlas, y después cae en la cuenta de que falta menos, falta mucho menos y todavía no se puso al día.
El agitador tiene que informar este sábado, y no sabe qué decir. Tampoco tiene ganas.
Ilustración: Grant Wood
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