
OCCIDENS
Cristian Mitelman
Un húmedo olor a tierra que lo invade todo, cada una de las galerías; y luego ese crepitar de larvas que no descansa, un ruido que parece imperceptible pero que, cuando penetra en nuestros pensamientos, crece de un modo vertiginoso y ya es imposible deshacerse de él. Por último, un goteo que no sabemos de dónde viene, como un grifo espectral que alguien hubiera dejado abierto en la mitad de la noche: monotonía de saberse muerto, en plena disolución. La eternidad es un martilleo isócrono.
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