PROTESTANTE
Héctor Ranea
—¿Usted es Sergio, el Editor?
—En efecto, me jacto de serlo. ¿En qué puedo ayudarlo? —respondió Sergio sin dejar el comando de su PC.
—Vengo a denunciar a un autor, a presentar una queja contra un escritor trucho. Me tiene repodrido. Me usa sin ninguna consideración ética. La mayoría de las veces amanezco en el tacho virtual de la basura.
—Entiendo —dijo Sergio con la brutal indiferencia que todo Editor muestra ante personajes furibundos.
Usted me toma el pelo. Me hace perder tiempo para que el otro me use. Son una mafia. Me daría risa si no fuera mi propia odisea.
—No se aflija, Don —le dijo Sergio en tono conciliador—. Le consigo conchabo en otro cuento. No se vaya.
Ahí es donde Sergio cambió su PC. El personaje suele volverme como spam, pero lo filtro fácil.
—En efecto, me jacto de serlo. ¿En qué puedo ayudarlo? —respondió Sergio sin dejar el comando de su PC.
—Vengo a denunciar a un autor, a presentar una queja contra un escritor trucho. Me tiene repodrido. Me usa sin ninguna consideración ética. La mayoría de las veces amanezco en el tacho virtual de la basura.
—Entiendo —dijo Sergio con la brutal indiferencia que todo Editor muestra ante personajes furibundos.
Usted me toma el pelo. Me hace perder tiempo para que el otro me use. Son una mafia. Me daría risa si no fuera mi propia odisea.
—No se aflija, Don —le dijo Sergio en tono conciliador—. Le consigo conchabo en otro cuento. No se vaya.
Ahí es donde Sergio cambió su PC. El personaje suele volverme como spam, pero lo filtro fácil.
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