
No amanecía todavía y, sin embargo, los destellos en las cuerdas de tu guitarra ya iluminaban los techos y la habitación donde pasamos la noche en que nos conocimos, nos necesitamos, nos deseamos, nos amamos con tal intensidad como para incendiar canciones en mis manos. Cantamos juntos y juntos bebimos todo lo que había desde ajenjo hasta zibibbo. Pero todo debe dejarnos, nada es para siempre. Rompí tu guitarra al ver el Sol y los destellos desaparecieron con sus cuerdas destempladas para siempre. Tu guitarra y yo, al fin de cuentas, no nos entendimos.
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