
Tengo una sed desesperante. El enfermero rubio me ofrece un minúsculo pedacito de hielo para chupar. Cierro los ojos y veo que del techo de la terapia intensiva cae una catarata de agua dulce con sábalos, surubíes, patíes, bogas y mojarritas. Abro los ojos. El pedacito de hielo ha desaparecido y el enfermero rubio me sonríe. Apenas entreveo unas branquias sospechosas en su garganta, cuando se va.
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