
La otra tarde, mientras paseaba por una plaza, encontré un cepillo de dientes. Lo levanté y, en lo que a sentimientos se refiere, me dejé guiar por su forma y su color. Comencé a acariciarlo. Como se mostró dócil y amable conmigo, busqué un banco libre, me senté en el medio y le pregunté la hora a un señor que pasaba. Me alegré al saber que no faltaba demasiado para la noche, aunque la espera se me haría interminable, me dije, mirándolo con ternura, mientras se humedecía bajo la presión de mis dedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, tratá de que tu comentario sea sobre esta entrada. Asuntos personales (buenos y malos) que tengas con el/la autor/a del texto y/o los miembros de este blog por favor resolvelos por otros canales ya que este no es el adecuado.
Gracias.