
Amáos los unos a las otras, o si se quiere, las unas a los otros, escribió enfático y para siempre el dedo de Dios. Pero bastó un vertiginoso cambio de género en una de las copias, o el error indeleble de un hebraísta para consumar el fraude. Así quedó para siempre como escrita por el dedo de Dios: Amáos los unos a los otros. Después vendrían Sodoma y Gomorra, los travestis...
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