
¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? El silencio colonizó hasta el último rincón de la sala y el testigo, cabizbajo, reparó en la suciedad de las puntas de sus zapatos. El público miraba su nuca y compartía gestos callados. Su señoría aguardaba paciente, mientras el fiscal se rescaba con disimulo la pierna y los abogados trataban de ocultar, sin éxito, su impaciencia letrada. El "sí, juro" retumbó solemne, acalló los murmullos y apaciguó las pulsaciones de los nerviosos implicados. Los ojos del testigo se clavaron en las gafas del juez y, en apenas una hora, contestó a todas las preguntas sin titubeos. Como sólo saben hacer los buenos mentirosos.
Tomado de Hiperbreves, S.A.
Tomado de Hiperbreves, S.A.
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