Llevarse algo a la boca, tras días de no hacerlo, fue tan doloroso como el hambre. Los labios de la pareja estaban cuarteados. Lloraron, tal vez de gusto, rabia o resignación. La saliva era una masa espinosa que raspaba sus gargantas. Jamás olvidarían esa comida; sólo tomaron lo que estaba a su alcance. Instantes después masticaban tenazmente esa carne rancia y blanquecina. La mujer alzó los hombros, y él dijo: —Tu hija iba directo a la fosa común, qué más da; además, las ratas tienen mejor sabor.
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