Un chirrido de bisagras oxidadas precedió a una corriente de aire gélido. La vela que iluminaba el escritorio se apagó. El hombre dejó la pluma y fue a cerrar la ventana. El viento gélido lo azotó con el olor putrefacto del bosque. Cerró la ventana y observó la oscuridad a través de los cristales. Imaginó ser el protagonista de su novela y ver los ojos de la bestia mirándolo desde la tenebrosa negrura. Escuchó su respiración, un jadeo largo y ronco como el de un enorme fuelle. Incluso percibió su olor acre, mezcla de sudor animal, sangre de sus víctimas y carne descompuesta. Se estremeció. Aseguró las contraventanas y se giró. Allí estaba la bestia, con los ojos inyectados en sangre y las fauces babeando ante el festín que le esperaba. Es un buen final para mi novela, pensó el novelista.
Me gusta que la actitud del protagonista
ResponderEliminarUn agrado leerte
Muy bueno, Vicente.Para un buen final, ningún precio es demasiado.
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