
Las almas de los que no habían sido enterrados, en aquella época, parecían tener menos importancia que las de los muertos, vistos los rezos, misas y responsos de las que eran objeto. Fue cuando don Braulio Contrera, en medio de su velorio, se sentó de golpe en su cajón y dijo “¿Qué pasa aquí carajo, por qué no están todos trabajando?”, cuando el pueblo unánimemente decidió abolir las misas de muertos, velorios y entierros y dedicar las plegarias a la salud de los vivos. Y cuando alguno moría, derechito al fogón iba.
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