Tu bote, tocando la orilla una y otra vez con el vaivén de las olas. Vos, desparramada sobre los guijarros húmedos.
No llueve. Tampoco hay sol. Es ceniza del volcán lo que cubre el firmamento. Te trajo el lago a morir en la playa que arde, triste de verte boquear entre el espeso polvo que escupe el impiadoso Hades.
Desde atrás de los matorrales alcanzo a ver cómo se seca la plata de tus escamas hasta que no sos más que otra roca en la ribera. Alguna pareja, de esas que al atardecer salen a hacerse arrumacos, estampará sus nombres sobre tu piel opaca y allí quedarán, dentro de un corazón que no es el tuyo. ¿El tuyo? Se hamaca aún con el bote entre la tierra y el agua.
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