Mientras bailaban el vals, una mosca salió de la letrina, voló sobre el sendero y se posó en el fideo que colgaba del labio inferior de Rodolfo. Mirta vomitó sobre la solapa de su socio y la vasta pista de baile quedó sumida en un profundo silencio. Él se alejó cabizbajo disimulando el temblor de su mano derecha y reprimiendo las ganas de darle una patada al perro que saltaba ladrando a su alrededor. Se acarició el peinado a la gomina y por fin se sentó al lado del asador.
—¿Quiere un chorizo? —le preguntó—. Basta que me lo pida y se lo pongo entre dos panes.
Una nube en el cerebro lo llevó a cometer el crimen. Tiró al viejo sobre la hierba, le metió un clavel en la boca, le arrancó una uña y se la clavó en el corazón.
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