Al terminar de leerla, la estruja y la arroja al fuego recién encendido de la chimenea. Va al dormitorio, la mira dormir, la besa en la mejilla, apaga el velador y se decide. Mientras se aleja a paso rápido por la acera, el cielo empieza a despertar.
Abrigada bajo la frazada que trajeron del norte en el último viaje que hicieron juntos, ella no se sorprenderá al encontrar vacío el lado izquierdo de la cama.
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Fernando Puga
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