Dormía acunado en el vaivén de un espagueti blanco y seco que se había descolgado del plato. Pequeño, como una lombriz, ignoraba morir en las manos de algún ser humano. Despertó por el golpe de una puerta de madera contra su marco, y al tercer pestañeo, quieto y pegado junto al vértigo, le cegó el cielo. Si llovía, las gotas inundarían el asfalto de zumo de naranja. Revisó su ala, rota, como un corte que abre por la mitad una rebanada de pan. Bajó los ojos, apretó los labios, y asumió ser preso de su final si no lograba volver a volar.
Tomado del blog
El País de la Gominola
Acerca del autor:
Daniel Diez Crespo
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