Los lunares de mi mujer componen un universo. De sus labios
carnosos como un filete, paso al Neptuno de su cuello, que se ensancha al
compás de su respiración, entrecortada por los antojos de mi lengua. Debajo de
su pecho, me tropiezo con tres estrellas azabache que me dirigen sin remedio
hacia el sur que llaman Venus, donde suelo quedarme suspendido, extraviado por
los punticos que cincelan su piel como amagos de sombras. Ahí, sobre su túnica
invisible, me convierto en víctima de la antigravedad y me pierdo en el
infinito de su galaxia. Para siempre, para siempre.
Tomado del blog: Los Cuentitos
Sobre el autor: Esteban Dublin
Tomado del blog: Los Cuentitos
Sobre el autor: Esteban Dublin
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