Tener nueve años no obliga a la invisibilidad. Merodeo transparente por el salón donde en alboroto los familiares toman té con palmeras. Las ondas del líquido dorado de una de las tazas distorsiona el ventilador del cielorraso. El visillo vuela suavísimo en un espejo… En el reflejo de la mesa rectangular de vidrio veo rostros desencajados, con perlas indefectibles. En un cuadro acristalado con un mapamundi añejo se perfilan varias cabezas que velan el féretro con mamá. Cuando ella se incorpora y la jalean por el tránsito… comprendo que yo soy en la familia, el único superviviente de la tragedia.
Tomado de Gaviota de azogue 139
Sobre el autor:
Ginés Mulero Caparrós
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