Le dice al oído en una de las arremetidas: quedáte quieta chiquita, si te movés no puedo. Te prometo que no te va a doler. Así, hablándole muy despacio y acariciándole el pelo, logra que se calme. Con un rápido movimiento, le aplica la inyección que surte efecto de inmediato. Primero dobla las rodillas y luego cae al suelo sobre su costado sano. Cuando sus ojos finalmente se opacan, le quita las anteojeras y llama al petisero que observa la escena desde las tolvas. –Entiérrenla, Cipriano, y después preparáte que vamos a cazar a ese maldito.
Sobre la autora:
Claudia Sánchez
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