Asimo por fin logró detener la fuga de radiación de la planta de Fukushima. Y cuando salio del lugar en ruinas, fue levantado en hombros por la muchedumbre. Pero la satisfacción del androide pronto se hizo añicos—literalmente—bajo las garras de los venerantes. Lo arrojaron al mar gelatinoso en donde fue devastado por ciegos engendros. Nadie volvería a tocar el templo sagrado. El sol verdoso parpadeó por un momento.
Sobre el autor:
Jesús Ademir Morales Rojas
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