Se levantó de la cama con la pereza habitual. Mientras se abría paso entre los restos de sueño que aún permanecían en sus retinas, buscó las pantuflas que había encontrado ayer en el tacho de basura de la esquina, pero no las encontró. Se agachó para mirar debajo del viejo camastro, con tan mala suerte que al apoyar la mano se clavó una gruesa astilla que sobresalía entre los viejos tablones del piso que alguna vez fue de fina pinotea. Comenzó a sangrar profusamente y, claro está, no atinó a nada. Fue desvaneciéndose hasta quedar sentado contra la pata del catre número ocho del parador para indigentes que hay en el barrio. De no ser por el ocupante de la cama de al lado, allí hubieran terminado sus días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, tratá de que tu comentario sea sobre esta entrada. Asuntos personales (buenos y malos) que tengas con el/la autor/a del texto y/o los miembros de este blog por favor resolvelos por otros canales ya que este no es el adecuado.
Gracias.