Odio los vientos que cierran puertas y ventanas con estrépito. Quiero decir, no tengo nada contra el viento así, en general, sólo que me parecen odiosos los vientos arteros. Nada más. No es tener un carácter amargo, después de todo. Piensen qué cantidad de horas de siesta se han perdido, cuántos matrimonios han fracasado, cuantas mañanas de apasionado amor se han interrumpido prestamente por esa acción impúdica de vientos viciosos.
Dirán que no hay que adjudicar al viento caracteres humanos. Véanlos por ustedes mismos, pero tómense el trabajo de verlos. No hagan como quien mira, pero no ve. Acá en las lagunas abisales de Tlön, los vientos colilargos sacuden las ventanas para seccionarse la cola y ofrecérselas a sus parejas para poder aparearse. El sexo, acá, es muy fuerte.
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