Podría intentar desaparecer, convencerme de nunca haber existido como la mayoría lo hace sin razón, para luego ser interceptado o no por alguien que en su labor diaria debe fingir interés en los recovecos de la estupidez y la gloria, armándose en nombre de lo que significa ser un ciudadano y con el estigma inevitable en las manos de estar cumpliendo una función siempre extraña y ajena. De cualquier manera, no hay regreso hacia tu primer entendimiento de la vida después de los tres segundos indivisibles en los que tomas la decisión de matar a alguien. Me quedaré acá a esperar hasta que nazca de su pecho quebrado la leyenda científica del fuego fatuo, hasta que sea demasiado tarde para todos poder elegir creer o no creer: sólo así el calabozo será, finalmente, el purgatorio que el alma requiere concebir.
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Javier Flores Letelier
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