Un rosario de familiares, amigos y hasta desconocidos le expresaban sus condolencias en una larga e interminable letanía de palabras sin sentido. Las pocas que lograba escuchar, entre los claros de aquella tormenta terrible que inundaba sus ojos y nublaba su mente, le sonaban lejanas y vacías. Recordaba la de veces que ella misma las había ofrecido para otros. La más ilógica, no hay mal que cien años dure, la más dolorosa, el tiempo todo lo cura. Curarse sería olvidarle, y eso nunca, ni aunque viviera cien años. Dejó de escuchar y siguió pensando en él.
Sobre la autora: Isabel María González
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