
Se achicharraba el 2050. La señora escurrió el sudor de su frente y se acercó presurosa al hombre:
–Acompáñeme hasta Ruinas Nuevas y le daré ochenta pesos –resolló.
–Cien –dijo él, mirándose las uñas–. La ruta este-oeste es un infierno.
–¿Qué dice? No son ni las dos y, además, estoy muy hinchada; tendré que hacer malabares para mantenerme a su sombra.
–Noventa y le pongo medio vaso de agua descontaminada.
–Ochenta y cinco, sin su agua. Algo más de pus en la lengua no me matará.
–Sin agua entonces –concluyó el otro.
Empezaron a caminar en fila apretada. La radiación ultravioleta bombardeaba el rostro llagado del solero.
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