
Llegó a la ciudad y pronto se agotaron las entradas. La carpa era enorme, pero el público apenas entró. Durante dos horas permanecieron sentados y aplaudieron y vitorearon el vacío de las pistas centrales, las cuales estaban cubiertas de polvo y suciedad. Los niños rieron cuando no salieron los payasos. Los padres elogiaron la belleza de las muchachas que no estaban ahí cabalgando valientemente ningún elefante.
Cerca de las nueve de la noche todos se fueron comentando la maravillosa representación que jamás había tenido lugar en ese pequeño y feliz pueblo sin nombre.
Alejandro Bentivoglio
Tomado del blog http://memoriasdeldakota.blogspot.com
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