Saquean los templos. Debo ocultar la imagen de la diosa en el bosque. Me reciben las arboledas nocturnas y por fin entierro la imagen. El viento me trae las ásperas sílabas del idioma enemigo. Tras cubrir la tierra con desesperación, solicito auxilio a la diosa. La neblina cubre el bosque y una honda quietud me aferra. Cuando vuelve la luz de la luna, me he transformado en uno de los árboles. Comprendo que esta historia ha ocurrido y seguirá ocurriendo: no hay árbol que no sea un antiguo sacerdote de la divinidad.
Sobre el autor: Cristian Mitelman
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