Los niños descubrieron que el atrapamoscas podía alimentarse de escorpiones y de pequeñas tarántulas, sólo que la lucha era lenta y aguerrida. A un precio de cinco dólares por atrapamoscas, más el costo de la pintura para darles a su guerrero un color distintivo, pasaban horas de diversión en los parques. Las apuestas solían ser por la mesada, los celulares, las consolas portátiles de videojuegos y, por supuesto, el atrapamoscas ganador. Los adultos, al principio, consideraban el juego cruel, asqueroso y muy costoso. No tardaron en imponer reglas civilizadas.
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