Una esponjosa nube blanca golpea en la ventana.
Es diminuta la ventana que da al cielo y que la esponjosa nube blanca golpea.
En la ducha, mientras resbala el agua sobre mi piel dormida, me asomo a la ventana que está a la altura de mis ojos y la entorno para darle paso a la nube mansa que sin culpa entra y me envuelve, me alza, me estira hasta hacerme pasar por la diminuta ventana entreabierta y me lleva.
Blanco y esponjoso, desde lo alto lluevo sobre la ciudad que arranca antes que el sol y se refresca con las gotas que soy yo y no son lágrimas, sino caricias de una nube que entró por la ventana.
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