—Quiero formular una queja —dijo el hombre semidesnudo, regresando de la piscina.
—Diga —respondió el empleado del servicio médico sin levantar la vista.
—He notado, y mi perplejidad ha sido mayúscula, que ese individuo llagado de pies a cabeza, cuyas heridas y máculas supuran un líquido verde francamente repugnante, ha sorteado felizmente la inspección médica y se le ha permitido ingresar a la piscina. Yo creía que la lepra era contagiosa.
—¿El de piel azul que tiene dos cabezas y cuyos cuatro brazos llegan hasta el suelo? —El empleado, ahora sí, contempló al bañista con un gesto cómplice, bastante socarrón—. No es leproso; es un alienígena de Aldebarán, más sano que usted y yo juntos.
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