Esa tarde Alfonso se preparó de manera especial. Se bañó y se puso sus mejores galas. Ya en la noche, sentado a la mesa, comió el pavo relleno que había cocinado su esposa, acompañado por las deliciosas guarniciones y una cervecita bien fría. Luego, tal cual la tradición, bebió la sidra, con pan dulce y frutas secas. Comenzó a sentirse extraño; el habla del resto de los comensales le llegaba como un murmullo. Entonces, se desplomó. El resto es muy raro: un gordo barbudo de Laponía, ataviado con ropas de abrigo rojas, lo llevaba en un trineo, hacia las estrellas.
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