Una mano no dejaba de temblar sobre el altar, como si latiera aún pegado a sus arterias el corazón que palpitaba con furia dentro de mi torso desnudo. Junto a la pirámide, miles celebraban con ojos encendidos otro sacrificio para el dios que nos dejaba vivir, con una sola mano, desde siempre. Pero pasó algo nuevo esa noche: el dios bajó y con mi mano cercenada mató a todo el pueblo.
Cuando mi propia mano alcanzó mi cuello, desperté.
En medio de la noche negra, no sé si lo que parpadea es el despertador o el ojo lejano de un dios. Me percato de mi brazo dormido hasta que en la oscuridad mi mano se mueve contra mi voluntad, escala las sábanas, alcanza mi cuello.
Cuando mi propia mano alcanzó mi cuello, desperté.
En medio de la noche negra, no sé si lo que parpadea es el despertador o el ojo lejano de un dios. Me percato de mi brazo dormido hasta que en la oscuridad mi mano se mueve contra mi voluntad, escala las sábanas, alcanza mi cuello.
Tomado de http://elclaxon.arts-history.m/