Sintió de repente una fuerte presión en la parte trasera superior del cráneo. Golpeaba una y otra vez contra una cavidad dura, pero era ella misma quien se provocaba los golpes tomando impulso, como en un arrebato incontrolable. Al dolor se sumaban gritos ensordecedores, que llegaban a sus oídos, primero amortiguados y después cada vez más agudos e insoportables. Una luz cegadora le hirió las pupilas y otros gritos, ahora los suyos propios, dieron rienda suelta al espanto que había ido acumulando. “¡Es una niña!”, informó el médico a los padres.
Acerca del autor