(Agradecimiento especial a Javier López por la cesión de parte del título)
—Si el capitán no provee un medio para parar esto —dijo Zorailla, contramaestre del HGGS Sobaquia— no podría nadie decir hasta dónde va a llegar la onda de choque.
—No puede el teniente estar tanto tiempo con la comandante Zarzaparrilla sin que la chispa nos haga trizas las esperanzas —concluyó, cual gemela demente Sisebuta Cañón, Jefa de planchada—.
Todas las presentes asintieron en silencio. Todas menos Xilema, la teniente de navío, jefa de comunicaciones, ingeniera.
—Yo sí sé dónde iremos a parar. Este navío de carga, señoras, transporta cien unidades de minas pulverizadoras. Si salta una chispa, una mera chispa, pequeña como un sabañón, nuestros cabellos, triturados, llegarán posiblemente a la Luna.
Todas esperaron que el teniente y la cocinera Zarzaparrilla estuvieran debidamente lubricados.
Sobre el autor: Héctor Ranea
2 comentarios:
¡Lo que hizo usted con un fragmento de título!
Gracias por la dedicatoria y por un cuento tan divertido.
Es que en argentino, la palabra minas mueve montañas, literal y figurativamente... de nuevo ¡gracias, Javier!
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