jueves, 30 de agosto de 2012
Mis telegramas viajan mejor durante la noche – Héctor Ranea
El telegrama se interrumpe acá: estoy obligado a recorrer los hospicios para averiguar desde dónde me mandé este telegrama. Por lo viejo que es, debo ser joven cuando me lo mande, si acaso viva todavía, porque los muertos escriben diferente sus telegramas. Y, si acaso hubiera estado muerto, será difícil que los lea correctamente, pues lo primero que se seca a los muertos son los ojos y sin ojos no leemos. Lo segundo en secarse son las cócleas, y sin ella no escucharé al cartero cuando traiga mi telegrama: los muertos son sordos. Escríbeme, me digo, al mismo lugar de siempre: en la tumba no me cambian domicilio. Y, si me escribes, que no sea desde el hospicio en que me internaron: no tienen cartero, los telegramas los trae un cuervo que no reparte más de tres al día para no oscurecer menos las noches de verano.
Héctor Ranea
martes, 28 de agosto de 2012
Las quejas de una miga – Sergio Gaut vel Hartman
—La cama está llena de migas —protesté.
—La tostada del desayuno, querido…
—Tomé leche bebida.
—Las migas de mi tostada son viajeras incansables. Van de mi lado al tuyo porque les gusta conocer mundo.
—Nos gusta conocer mundo —suspiró una miga, descorazonada, harta—; si supieran lo que cuesta conseguir pasaje, cargar las valijas, que te cancelen los vuelos…
Sobre el Autor: Sergio Gaut vel Hartman
El círculo de tiza mal dibujado – Héctor Ranea
—¿Pitágoras empieza por P, cierto Fesor? Podríamos hacer un cuento alfabético con P.
—Pitágoras empieza por Pi, ¡Oh, Feta! ¡Matemático del demonio!
—Pido perdón, profesor. No se ofusque.
—Es que Pi es para ofuscarse. Irracional y, sin embargo, señero. Es el mensajero del alma del arrabal.
—¿Pi por tango? No me lo hacía tanguero, Fesor.
—¿Tanguero? ¡Tanquero! El tango es la música de Buenos Aires. El tanque es el contenedor del agua. No me los va a comparar, Feta.
—¡Ni Dios permita!
—No puede.
—¿Usted también la juega con Russell?
—¡Por supuesto! Y a mucha honra.
—Que no va con pi.
—Pitágoras empieza por pi.
—¿Y empezamos de nuevo, Fesor?
—Ya lo sabe, Feta. Donde hay pi, hay círculos.
—Claro, los redondos.
—Y de ricota. ¡Qué ricos!
Acerca del autor: Héctor Ranea
Paradoja de la creación – Cristian Mitelman
Un novelista sufre un accidente y pierde la memoria. Al regresar a su casa, le muestran todas sus obras, de las que sólo tiene la vaga sensación de que forman un bloque con un sentido único.
Comienza a leerlas y le parecen caóticas. Cada trama le parece deshilvanada; los personajes entran y salen de un modo misterioso; lo que ocurre en una de las obras pareciera cobrar algún sentido cinco o seis novelas después y aun así es probable que eso no suceda.
El novelista se lee a sí mismo y no sabe que esa vasta creación que abarca miles de páginas estuvo creada desde el comienzo para que su creador se perdiera en ella y le buscara el sentido.
Acerca del autor:
Cristian Mitelman
viernes, 24 de agosto de 2012
Cuestión de números - Rita Vicencio
Javier se acaba de enterar. Otro vecino que fallece este año. El cuarto a su alrededor. Dos en su edificio, dos en los edificios de enfrente. La casona abandonada que flanqueaba su edificio ha desaparecido también, por fin ha recibido el tiro de gracia a manos de una máquina demoledora que terminó con su agonía. Una mas de las señales familiares que desaparecen en las cercanías. Con esta van cuatro también, en lo que va del año. Las chatarras que sus viejos vecinos llamaban autos y que se hallaban eternamente aparcados a las afueras de su edificio también han ido desvaneciéndose poco a poco. Si mal no recuerda, eran cuatro, incluido el armatoste ese que alguna vez fue un Cadillac de lujo y que desde hace años era casa de ratas y vagabundos. Empieza a distinguir un patrón en todo esto, aunque muy claro no lo tiene todavía. Meditabundo, saluda a una vieja enjuta y frágil eternamente vestida de negro. Hace un año que se ha mudado al edificio, la nueva vecina del cuatro.
Tomado del blog: Sabor a ajenjo
La autora: Rita Vicencio
miércoles, 22 de agosto de 2012
Maleducadas - Joan Fontanillas Sánchez
Tuve que parar de leer mi novela en cuanto llegaron. Su discusión sobre quién era mejor, si Madonna o Lady Gaga, era incompatible con mi lectura de Doctor Zhivago. Por cómo miraban al guardia jurado que había apostado en el otro andén, supe enseguida que las dos chicas no habían validado el billete y encima tenían la desfachatez de no ceder su asiento a la viejecita temblorosa que acababa de llegar.
Cuando el tren llegó a la estación, suspiré aliviado y, agarrándolas con fuerza por el pelo, las arrojé a las vías. La locomotora frenó y, tras los gritos y el chirrido, disfruté de un maravilloso silencio. Abrí el libro y seguí leyendo.
Acerca del autor:
Joan Fontanillas Sánchez
Vos quedate en el molde que te corto los huevos... - Fernando Andrés Puga
Ella, sentada en la mesa del rincón con la cabeza gacha, revolvia con lentitud el pocillo de café. Te acercaste creyendo que no te veía, pero apenas te tuvo a su alcance saltó de la silla y se te vino encima. No necesitó armas para inmovilizarte. Le bastó con doblarte el brazo y apretarte contra la pared.
¿Qué te susurró al oído antes de soltarte? Ha de haber sido muy convincente, porque te quedaste manso como un corderito. Habías perdido ese arrebato furioso que te hizo aceptar esa cita en el bar en la que pensabas hacerle pagar por lo que había hecho.
Blanco como quien le vio el rostro a la muerte, saliste del bar a los ponchazos. Por poco no te lleva puesto un motociclista que logró esquivarte de casualidad. Subiste, encendiste el motor y me dijiste:
—Vamos, a toda máquina. Esta batalla está perdida.
Acerca del autor: Fernando Puga
Juegos de Fantasmas II - Esteban Dublin
Cuando se encuentra profundamente dormido, tres golpecitos secos en la ventana de la habitación suelen despertar al tío Normando. Aunque se levanta levemente asustado, cambia de posición y procura conciliar el sueño de nuevo. En pocas ocasiones lo consigue. Celosa como era, la tía Etelvina, su esposa que murió hace varios años, logra colarse en los sueños del tío y cuando descubre que aparece una mujer que no es ella, se acerca a la ventana y toca con firmeza tres veces para recordarle a su viudo hacia dónde debe dirigir sus fantasías. Lo sé porque la he visto y, claro, porque algunas noches, el tío también pide mi intercesión para tener una noche de paz.
Tomado del blog: Los cuentitos
Sobre el autor: Esteban Dublin
lunes, 20 de agosto de 2012
El poder del deseo – Héctor Ranea
Gobernaba como podía. Trazaba un mapa sobre la trayectoria del agua durante las tormentas, pero no llovía desde que asumió, incluso desde antes. Quería que en cada esquina hubiese una fuente de agua, pero sólo encontraron arena. Le hubiera bastado sacar una foto del hospital, pero la gente pretendía curarse también. Quería rectificar todas las calles, pero las montañas se le oponían. Quiso dar luz a todos pero no quería que la encendieran. También quiso una playa, un monumento romano, un ángel sobre la bandera de bronce, un milagro cada domingo. Esos y otros proyectos se fueron con él cuando logró tomar el tren y perderse en forma anónima, en una ciudad allende el océano. Así fue que conoció el mar.
Acerca del autor:
Héctor Ranea
Despuntar - Ana Caliyuri
Por enésima vez, despunto el aire con palabras, libremente, susurrándole al viento en todos sus sentidos. Como si el tiempo detuviese su dureza y por un momento danzase a favor de la blandura de la luna, un día en espejo. Como si la mar me donase la soberanía de regir las mareas con el tic tac del latido del Universo. Por enésima vez, despunto el aire con palabras en cualquier clima, aún cuando llueve. Y esta sensación de hechizar el infinito con los mohines del silencio me estremece. Por enésima vez, despunto el aire con palabras propiamente en el seno de tu misterio.
Acerca de la autora:
Ana Caliyurisábado, 18 de agosto de 2012
Unidos - Leo Dolengiewich
Todo lo hacen juntos. Trabajan en la misma oficina, van y vuelven en el mismo auto. Cuando llegan a casa, se bañan, cocinan, almuerzan, duermen la siesta, todo todo lo hacen a la par y muy pegaditos uno al otro. Hasta que un día él se enamora perdidamente de la vecina. Ella, sin más remedio, lo acompaña a cortejarla y también en las primeras citas. Pero un día, ya todo les resulta insoportable. Ese día, tan temido, tan ineludible, los siameses concurren al cirujano y le dicen que por fin se han decidido.
Tomado de: Me podés leer acá
Acerca del autor: Leo Dolengiewich
No todos los ciegos son inocentes - Sebastián Chilano
Ella salió con una amiga. Las 2 de la mañana y no llega. Él se levanta. Va al baño. Se acuesta. Las 3, las 4. Ella llega a las 6 de la mañana. Silenciosa se acuesta en la cama. Está agitada. Viene de bailar. Eso piensa él. Se lo pregunta. Ella no contesta. Él se enoja. Te juro que la próxima vez que pueda salgo solo y me voy a bailar solo. La amenaza. Ella lo acaricia. Él se duerme. Ella no.
Acerca del autor:
domingo, 12 de agosto de 2012
¿Se pegó un tiro? ― Cristian Cano
Arropado por el frío se apoyó en el respaldar de la cama. La salamandra a
gas no estaba funcionando bien pero de todas maneras sacó los brazos
fuera de las tíbias mantas para continuar la escritura. Deseó tener
cosas que desconocía y por esa misma exótica impotencia, enfocó mucho
mejor en lo que estaba haciendo. Dejó de ser despótico y le salvó la
vida a un personaje secundario. Logró quitarle el arma que siempre con
recelo guardaba.
Acerca del autor: Cristian Cano
Balsa - Fernando Andrés Puga
Algo me dice que falta poco. ¿Las gaviotas que graznan y planean
sobre las olas? ¿La señal radiofónica que empieza a emitir balbuceos
entre el zumbido que nos acompaña desde hace días? ¿Tu cara que empieza a
envejecer?
En altamar los días son largos. Azul es la distancia;
también la cercanía. Azul marino como un blues ronco en el humo de un
bar a altas horas de la noche, ya de madrugada, después del alcohol y
los besos.
Se divisa en este despertar una línea de tierra en
lontananza. ¿Habrá un sitio donde guardar tu último suspiro o tendré que
abandonarte y verte bajar a las profundidades donde morderán los peces
los restos del amor que nos trajo hasta aquí?
Acerca del autor: Fernando Puga
CSI. Confusión venérea – Héctor Ranea
—Me parece, Doctor, que está muerto. ¿Usted qué dice?
—Que para ser oficial de policía, tiene usted bastante criterio.
—No me haga sonrojar que me tomarán por bebida.
—Mejor eso y no que la beban por el sonrojo.
—Me está diciendo cosas que me ponen cachonda.
—No olvide la escena del crimen, oficial. Está el muerto.
—Los muertos no escuchan, Doctor. ¡Por qué no hacerlo aquí mismo!
—Eso traería algunos inconvenientes con mi situación, oficial. Compréndame.
—¡Maldita sea! ¿Me tenía que tocar un asexual?
—No; oficial. Se equivoca. Asexual no: muerto, señorita, usted lo dijo: estoy muerto.
Acerca del autor: Héctor Ranea
Sin base - Fernando Andrés Puga
Cuando abrió el botiquín rodó al suelo el frasco de base de maquillaje que usa todas las mañanas para vestir su cara. Se rompió en mil pedazos y al ver derramada sobre los mosaicos esa segunda piel que la protege de las babosas lenguas masculinas, sintió que el piso se movía bajo sus pies de cisne. No pudo mantener el equilibrio. Cayó cuan larga era y, como el frasco, terminó hecha trizas.
Todo lo que barrió la señora de la limpieza cuando entró a pasar el trapo, lo arrojó al mismo tacho, cuidando de no cortarse con los pequeños trozos de cristal.
Acerca del autor:
Fernando Andrés Puga
(G)astronomía – Sergio Gaut vel Hartman
La tecnología de los viajes espaciales ha alcanzado tal desarrollo que
de tanto en tanto es posible llegar a otra galaxia y quedarse allí
tomando café o comiendo alguna de las delicias del lugar. Y no me digan
que lo que estoy contando contiene ambigüedades: cuando digo que en los
restaurantes de la Pequeña Nube de Magallanes se come de maravillas,
pónganle la firma. Tal vez yo no sepa mucho de cosmonáutica e
hiperluminia, pero mis ciento veinte kilos gourmet son la prueba
palpable de que la gastronomía (o astronomía de glúcidos) es mi fuerte.
Acerca del autor: Sergio Gaut vel Hartman
La piedra - Daniel Diez Crespo
Ella no es él. Tampoco es ella. No es. Quiere ser pero cuando camina se tropieza con la ausencia de sus piernas. Nadie le enseñó a arrastrarse. Cuando piensa su cabeza es una habitación vacía. Nadie le enseñó a llenarla. Cuando habla no logra respirar. Nadie le enseñó a sentir. Cuando observa ya le han caído los párpados. Nadie le enseñó a despertar. A veces es hombre. Otras es mujer. Siempre es inhumano, como lo incoloro. Nunca es humano, como los seres. Se hunde y logra sentir que flota. Vuela y le aterra el vértigo de caer. Quieto, inmóvil, inflexible, obligado y sujeto, es invencible, duro, foco, epicentro, tu ojo, el mío, todos y nadie, y demasiadas veces, piedra invisible.
Tomado del blog https://elpaisdelagominola.wordpress.com/
Acerca del autor:
Daniel Diez Crespo
viernes, 10 de agosto de 2012
Pedro, el que cambió la historia - Sergio Gaut vel Hartman
Pedro Kingston perdió la memoria en un accidente cibernético (su cabeza chocó contra la dura realidad virtual) y no tuvo mejor idea que meterse en el útero de su mother para recuperarla, pero los celosos slots lo devoraron antes de que pudiera llamar al 911, aunque no todo está perdido: unos hackers bitófagos rescataron su imagen y ahora la difunden por la RED pidiendo justicia, lo que dio lugar a un show mediático que ya se cobró a otras siete víctimas, todas adictas a Sónico. Sin embargo, esto no termina aquí. El torbellino de información ha generado tal estado de euforia en Facebook que sus acólitos están desarrollando un sórdido delirio: absorber Google y conquistar la galaxia.
Sobre el Autor: Sergio Gaut vel Hartman
Impuras sombras – Ana Caliyuri
Yo deseaba escribir un comentario impuro, manchado. Busqué tras mis sombras alguna porción de fango que me sirviese para tal menester. ¿A quién podría importarle el barro de mis pensamientos? En definitiva, esto de ser optimista me convierte en una criatura divertida, por lo cual , dado que el mundo es caótico siempre es preferible una buena carcajada a una impura palabra. Y entonces me remití a una fuente que seguramente todos conocen, por fortuna, no vaya a ser que se les ocurra pedirme la dirección de tamaña cosa. Es una fuente empírica, nonono, es una fuente arcaica, hecha de barro y cenizas. Hacia allí fui a buscar un impuro comentario y para mi sorpresa hallé el abismo de la humanidad desgajándose…
Sobre la autora: Ana Caliyuri
El papel de tus dedos – Daniel Diez Crespo
Soy un juguete de papel entre tus dedos. Me dudas, me pintas, me escribes, me doblas, me rompes, me coses, me arrugas, me tiras y olvidas. Vuelo rápido, golpeo en el precipicio, a escasos centímetros del resto, y sin embargo, el equilibrio es un azar que evita que caiga y sea un nuevo olvido confuso. Cae la luz al subir la persiana e ilumina un pasillo mi piel herida; rojas líneas como sangre seca, azules venas, negras cejas curvadas, verdes ojos llenos y todo es pintura. Recuerdo ser papel blanco, liso, confiado, ilusionado; sin imposibles. En la esquina, quieto, solitario, impaciente por volver a sentir el tacto de tus dedos, aún le queda un garabato a la vida; un doblez, una letra, un sentimiento. Ni te huelo, ni te veo, ni te oigo, ni te siento. Ni tal vez te espero, y pese a todo, aún te deseo.
Tomado del blog El país de la Gominola
Acerca del autor: Daniel Diez Crespo
miércoles, 8 de agosto de 2012
Fin de un capítulo - Rafael Blanco Vázquez
Estando en plena cópula, oyó conciliábulos en el prostíbulo. Sin más preámbulos, entraron en su cubículo y le rompieron las dos escápulas. Ahí acabó su currículo noctámbulo y crápula. Se convirtió en un vulgar sonámbulo. Se puso a tocar el triángulo y se compró un monóculo. Mientras recitaba versículos y contemplaba prímulas, seguía soñando con Drácula y Calígula.
Acerca del autor:
Rafael Blanco Vázquez
lunes, 6 de agosto de 2012
La grieta – Diana Sánchez
Quise salvarme en José, en Ezequiel en Abelardo. En Lucrecia quise salvarme.
En Marcia, en Octavio. En Teresa quise salvarme.
El día empezaba fragante, impúdico. Des-naturalizado.
El
perfume del aire balbuceaba de rocío. Desde los techos de las cabañas
el humo subía sabio quebrando un cielo empañado de lilas.
Quise salvarme en la tarde muerta. En la noche etérea zigzagueando el infinito, quise salvarme.
Desnuda
de piel con el amor atado y las palabras rotas, internalice mi útero
deshabitado y se lo arrojé a los perros. Me quedé mirando su orgía de
sangre y mutilamientos. Al partir, percibí el follaje de unos ojos
rozándome la boca. Y el deseo, desde el fondo mismo del tiempo enhebró
como una grieta a mi cuello el escándalo de unos ojos.
No pude. No quise.
Salvarme.
Acerca de la autora:
Diana Sánchez
La verdadera historia de Hansel y Gretel - Serafín Gimeno
Cuando Hansel y Gretel llegaron a la casita de chocolate, en realidad sólo tenía una mano de pintura color caoba, la bruja les recibió con ojos golosos; o eso pensaron los dos hermanos. Tras asesinarla en defensa propia, eso se dijeron el uno al otro, Gretel suplantó la identidad de la bruja. Para verificar la presencia de la vieja ante los vecinos y poner coto a las suspicacias de eventuales registradores de la propiedad que por allí pasaran, andaba encorvada y azuzaba al gato con voz ronca. Un día Gretel miró a su hermano con ojos golosos, o eso pensó Hansel, de modo que este último no tuvo más remedio que asesinarla; o eso se dijo a sí mismo.
A Hansel no le quedó otra que envolverse en los ropajes de la vieja si quería continuar en la casita de chocolate, que en realidad tenía una mano de pintura color caoba. Andaba encorvado y azuzaba al gato con gran pericia, aunque la voz ronca no le salía. Un día llegaron dos huérfanos frente a la puerta de la casita que no era de chocolate. Hansel no hizo mucho por defenderse.
Acerca del autor:
Serafín Gimenosábado, 4 de agosto de 2012
Encuentro de titanes – Héctor Ranea
—¿Es usted el escritor, Mandalis, el escritor?
—Una sola vez, señor.
—¿Escribió sólo una vez?
—No; quise decir que soy el escritor, una vez.
—¡Ah! Una vez fue escritor. ¿Y a qué se dedica ahora?
—Soy prosista.
—¿Se dedica a la próstata? Hace bien. A su edad, yo ya la tenía.
—No; hago prosa, señor.
—¡Ah, qué oreja la mía! Hace rosas, como yo. ¿Para quién las hace?
—Como que siga así, para su entierro.
—¿El de quién?
El escritor prosista desplegó sus alas y se fue volando. Míster Magoo miró para el otro lado, exclamando:
—¡Bah, prosista! Los prosaicos y los mosaicos sólo sirven para hacer senderos en el jardín. ¿Dónde están mis rosas? ¡Chiqui, chiqui, chiqui! ¡Rositas, a mí!
Acerca del autor:
Héctor Ranea
La histeria se repite - Nicolás Ferraiolo
Dios invitó a Moisés a golpear la piedra, de ahí saldría el agua que calmaría la sed de los israelitas. Moisés resueltamente salió al encuentro de éstos, golpeó dos veces y brotó la saciedad. Pero quién sabe por qué, luego de hacerlo como Dios manda, Yahvé se enfureció con Moisés; en castigo nunca pisaría
Acerca del autor:
Nicolás Ferraiolo
La forma del atardecer – Ana Caliyuri
Como si la tarde se convirtiese en un cántico; el abrazo milenario del sol en el ocaso. Como si sus brazos, todo vida todo muerte, pincelasen el paisaje. Nada sé de tus notas perdidas o de tu pentagrama en el aire, mas esta sensación de melodía absorta engrosando mi lengua, devastando mi oxígeno a medida que cae la emoción con nombre de atardecer en forma de lágrima.
Ana Caliyuri
Manolín - Mónica Ortelli
El muchacho sostenía entre las manos la espada del pez.
—¿Eso vendes? —preguntó el hombre barbado.
—Ajá.
—¿Estás seguro?
—Es mía. Él me la regaló.
—¿Cuánto quieres?
—No quiero dinero.
—¿Entonces?
—Qué sepan cómo lo atrapó. Cuánto lucharon... Qué pasó después. Por el viejo... escriba la historia.
Sobre la autora: Mónica Ortelli
Sueño espiral – Sergio Gaut vel Hartman
Lo amordazaron y lo llevaron ante el rey de los mogotes. Y así silenciado, no pudo expresar su sorpresa: ¡el rey de los mogotes era idéntico a la extraña formación de piedra que había en el jardín de su casa! (De su casa de él, no de la tuya, lector). Entonces... aquellos sueños... y especialmente "ese" sueño, en el que la masa de piedra cobraba vida (la cobraba bien cara), era verdad, no una ficción como este relato corto que estoy escribiendo porque a un amigo se le ocurrió que podría escribir la historia de un mogote similar a la extraña formación de piedra que había en el jardín de su casa. (De la casa de mi amigo, lector, no de la casa del protagonista o de la tuya). Y lo peor fue que, cuando el rey de los mogotes alzó el cuchillo de obsidiana... no se despertó.
Sobre el autor:
Sergio Gaut vel Hartman
Vos, yo y la lluvia de otoño- Fernando Andrés Puga
Tu silencio lo decía todo.Aturdía.Pensé en taparme los oídos para no escuchar tu remordimiento, pero eso te pondría en evidencia. Opté por invitarte a cenar.Después de unos instantes de desconcierto, empezás a sugerir restaurantes mientras te arreglás frente al espejo. Comprendo entonces que aunque afuera la lluvia cae con violencia, la tormenta pasó.Te pondrás el piloto, abriré el paraguas y caminaremos juntos bajo el aguacero.En silencio, claro. ¿Para qué arruinarlo con palabras? Mejor escuchar las gotas que rebotan en el asfalto y el frenar de los automóviles y el rumor de la noche que recién empieza.
Acerca del autor:
Fernando Puga
jueves, 2 de agosto de 2012
Ojo por ojo – José Luis Velarde
Despierto en un alarido. Tras unos segundos me incorporo. En la pesadilla el vecino disparaba contra un gato feroz. Afuera, aún se escucha ruido. Salgo sin pensarlo.
Veo al gato al fondo del jardín. Es tan pequeño que no representa amenaza, pero desde siempre odio a los felinos. Maúlla al verme aparecer. Lo imito para ganar su confianza. Responde muy quedo. Me acerco hasta atraparlo por el pescuezo. Araña mi brazo mientras lo estrangulo. Agito su cadáver una y otra vez en el ruidoso festejo de mi triunfo. Es injustificable tanta alegría, pero aúllo como si fuera un lobo.
Me interrumpe un estruendo. Recuerdo al otro protagonista de mi sueño. Mi vecino maldice a los fantasmas y licántropos que inquietan sus noches. Dispara su rifle cargado con balas de plata desde la azotea de la casa contigua.
Me desplomo sobre los adoquines rojizos del patio.
Despierto en un maullido.
Acerca del autor: José Luis Velarde
Objetos perdidos – Daniel Diez Crespo
Los zapatos caminaron vacíos en busca de dos pies. La camiseta, fría y enferma, quedó enredada en el tendero por el viento sin lograr llenar el vacío de su pecho. El reloj de pulsera no supo doblar su cuerpo sin una muñeca. Las gafas abrazadas nunca vieron los ojos ausentes. El preservativo se arrugó y no encontró la hormiga de su pene. Las ruedas olvidaron rodar, tumbadas, desenganchadas del eje de una bicicleta. El sombrero quedó colgado, atrapado, sin el tacto de los pensamientos. El único libro fue olvidado y nadie despegó sus páginas. El último bolígrafo no supo cómo volver a ponerse de pie. Tampoco las teclas se movieron, tristes, a la espera de la yema de unos dedos. Todos los objetos eran una fila desordenada de una búsqueda. En ella yo, otro objeto perdido. Ayer, dejé de buscar tu ausencia.
Tomado del blog El país de la gominola
Acerca del autor: Daniel Diez Crespo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)