—¿Es usted el escritor, Mandalis, el escritor?
—Una sola vez, señor.
—¿Escribió sólo una vez?
—No; quise decir que soy el escritor, una vez.
—¡Ah! Una vez fue escritor. ¿Y a qué se dedica ahora?
—Soy prosista.
—¿Se dedica a la próstata? Hace bien. A su edad, yo ya la tenía.
—No; hago prosa, señor.
—¡Ah, qué oreja la mía! Hace rosas, como yo. ¿Para quién las hace?
—Como que siga así, para su entierro.
—¿El de quién?
El escritor prosista desplegó sus alas y se fue volando. Míster Magoo miró para el otro lado, exclamando:
—¡Bah, prosista! Los prosaicos y los mosaicos sólo sirven para hacer senderos en el jardín. ¿Dónde están mis rosas? ¡Chiqui, chiqui, chiqui! ¡Rositas, a mí!
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Héctor Ranea
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