Cuando abrió el botiquín rodó al suelo el frasco de base de maquillaje que usa todas las mañanas para vestir su cara. Se rompió en mil pedazos y al ver derramada sobre los mosaicos esa segunda piel que la protege de las babosas lenguas masculinas, sintió que el piso se movía bajo sus pies de cisne. No pudo mantener el equilibrio. Cayó cuan larga era y, como el frasco, terminó hecha trizas.
Todo lo que barrió la señora de la limpieza cuando entró a pasar el trapo, lo arrojó al mismo tacho, cuidando de no cortarse con los pequeños trozos de cristal.
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Fernando Andrés Puga
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