Ella, sentada en la mesa del rincón con la cabeza gacha, revolvia con
lentitud el pocillo de café. Te acercaste creyendo que no te veía, pero
apenas te tuvo a su alcance saltó de la silla y se te vino encima. No
necesitó armas para inmovilizarte. Le bastó con doblarte el brazo y
apretarte contra la pared.
¿Qué te susurró al oído antes de
soltarte? Ha de haber sido muy convincente, porque te quedaste manso
como un corderito. Habías perdido ese arrebato furioso que te hizo
aceptar esa cita en el bar en la que pensabas hacerle pagar por lo que
había hecho.
Blanco como quien le vio el rostro a la muerte,
saliste del bar a los ponchazos. Por poco no te lleva puesto un
motociclista que logró esquivarte de casualidad. Subiste, encendiste el
motor y me dijiste:
—Vamos, a toda máquina. Esta batalla está perdida.
Acerca del autor:
Fernando Puga
No hay comentarios:
Publicar un comentario