
La pulsión argentina de presenciar los muertos no se restringe a la Recoleta en Buenos Aires, donde hasta se congregan excelentes restaurantes, lujosas mansiones y departamentos excelentes alrededor de un cementerio, sino que esto ocurre en varias ciudades.
En la ciudad que no nombraré el cementerio municipal, por años aislado, generó, por obra del viento sur dispersando semillas de las flores de los deudos, grandes campos de margaritas.
Con el crecimiento de la ciudad, muchos adinerados pensaron que era un buen lugar para construir sus casas. Así, hermosas residencias aparecieron al norte del cementerio, haciendo desaparecer concomitantemente las margaritas. Pero el viento Sur siguió soplando.
Las casas que miran al Sur no tienen más margaritas que las otras. Es más, las margaritas desaparecieron. Pero esas casas reciben las últimas miradas de todos los muertos, repetidas sin cansancio por el vértigo del pampero.
Si sueñan, ya saben: son miradas perdidas.