María estaba harta de los bromistas que tenían la incordiante costumbre de enviarle chorradas al móvil. Desde luego había gente para todo, pero el último mensaje ya era la rehostia: tía, te digo q stás preñá. A. G. ¿Quién había de ... saber mejor que ella si estaba embarazada o no? ¡Nunca se había comido un rosco! ¿Y quién sería el imbécil que firmaba con aquellas iniciales y se permitía meter las narices en su intimidad? Sin embargo, ya no volvió a acordarse de aquello hasta que, tres meses más tarde, la ginecóloga sentenció que la ecografía no dejaba lugar a dudas: lo que se veía en la pantalla era un feto.
Al oír el diagnóstico se quedó muda. La noticia la turbó profundamente. No recuperó el sentido de la realidad hasta pasadas unas horas: ¿Cómo se lo iba a explicar a Pepe?
Sobre la autora: Anna Rossell
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