lunes, 30 de mayo de 2011

Eco - Nicolás Ferraiolo


Luego de matarlo, descubrió que por fin la casa estaba sola. Podía hacerlo: cerró los puños y empezó a gritar, enervada por la ira. De repente abrió los párpados en pánico y oyó algo lejano; era extraño, pero el sonido de su grito estaba disminuyendo sin que lo decidiera. Casi le estallan las venas por intentar retenerlo, sin embargo su alarido finalmente desapareció, aunque la intención de gritar, igual de intensa que inaudible, no había cesado. Así lo supo con terror: alguien, dentro de ella, que ya no era ella, seguiría gritando. El recuerdo de la tragedia también la abandonó.
Quizás lo sucedido en esa habitación sólo le dejó cierta sensación de ahogo inexplicable. Es posible que ese ahogo sea el que siento ahora. Es probable que aquel ahogo deba soltarlo de otra forma. Ya no es impropio, sí aterrador: ese grito existió, existe, es éste.

Nicolás Ferraiolo