Sé de un hombre que trabajó toda su vida con abejas. A lo largo de los años recibió cientos de picaduras. El médico le dijo que la toxina de una abeja no puede provocar daños, pero que la sumatoria de tantos aguijones hace que uno de ellos resulte fatal, puesto que existe un límite que el cuerpo tolera para recibir el veneno.
Todas las mañanas mi amigo sale a trabajar con una angustia que tal vez lo derrote mucho antes. En cada abeja (pequeña chispa dorada del universo) ve a su posible asesina.
2 comentarios:
terrible, muy buen relato...
Un relato como gota de miel, con la ambivalente de esa mágica sustancia...
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