—Así como le digo, estimado Magister —comentó el doctor Unicatum dando cátedra a pesar del largo vaso de moscato que habíase clavado— algunos santos han tenido deslices memorables, imperdonables.
—¿Qué me cuenta! —contestó el Magister Volublí— ¿Se les pasó a los advocati diaboli del Vaticano?
—¡No, pardiez! Es que han sopesado sus virtudes y superan tales errores.
—¿Recuerda algún ejemplo, Destellante Doctor?
—Muchos. Le daré uno: el Prior del Concilium, Gurgueamoli. Creía que el tiempo no se aplicaba a Dios. Mire lo que digo.
—¡Horror! Entonces Él no podría participar de los eventos humanos. Con esa postura hoy sería quemado sin piedad. ¡Y resulta que es Santo!
—Sólo porquerías. Pero fue quien encontró la mejor manera de elaborar el moscato.
—El cielo en vaso. Y por cierto, el cielo bien vale una herejía.
La conversación siguió versando sobre otras Santas, pero prefiero mejor no referir tales horrores.
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Héctor Ranea
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