domingo, 31 de agosto de 2008

El museo de ciencias naturales - Javier O. Trejo


Viajaron a La Plata con el colegio, los acompañaban los profesores de Biología. Augusto Montero llevaba una mochila un poco más grande que sus compañeros. Tenía planes.
Recorrieron todas las salas y para alivio de los profesores, los alumnos se portaron bien. Sobre la hora de cierre, Augusto de separó del grupo y se escondió en el baño. Era viernes. Los dinosaurios le fascinaban; quería llevarse una parte de recuerdo para poner en la pared de su cuarto.
Dio varias vueltas hasta que pudo sacar un cráneo de tatú carreta y lo guardó en la mochila. Se quedó dormido al lado de un esqueleto enorme que ocupaba el centro de la sala.
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
La piel verde brillante relucía bajo la luz y lo miraba fijo con las pupilas dilatadas.

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