jueves, 7 de abril de 2011

La marcha – Héctor Ranea



Todas las mañanas emprendo el viaje apuntando al mismo cerro. Lo conozco de memoria y conozco su silueta. A la noche siento que alguien mueve el camino y me deslizo para atrás, nunca puedo saber cuánto. Los volcanes a ambos lados dibujan un círculo por lo cual, si pudiera detenerme, sería capaz de conocer cuánto me retrasan, pero debo emprender la marcha no bien la luz del Sol me muestra el cerro, so pena de perder tiempo precioso, ya que la luz persiste durante un lapso tan breve que no podría avanzar siquiera ese diferencial. Creo que se olvidaron ya de mí. Quedé como último titán con esta pena benévola. A fin de cuentas, más por negligencia que por castigo efectivo, pero no quiero ni pensarlo para no provocar la ira de quienes inclinan el camino en desmedro de mi marcha. Algún día llegaré y me tendrán que oír.

3 comentarios:

Javier López dijo...

Casi un moderno (¿o no tan moderno?) Sísifo.
Espectacular su cuento, Ogui.

El Titán dijo...

Sí, la historia de mi vida, snif, snif, gracias Héctor...

Ogui dijo...

¡Gracias, gente! Sí... es un Sísifo narrado... nada nuevo, como lo comprueba El Titán a juicio suyo, claro...