jueves, 14 de abril de 2011

Sin huellas - Samanta Ortega


Se llama, en teoría, Antonio, como su abuelo, pero toda la vida lo han llamado Eduardo. Sus padres no se habían puesto de acuerdo. El padre tomó ventaja e hizo lo que quiso al registrarlo y lo inscribió insistiendo: Antonio. Y la culpa dio permiso a que Eduardo ganara el boca a boca dejando sepultado el otro nombre en documentos y papeles legales.
Mientras siguieron vivos sus padres, le quedó cómodo no saber quién era ni mucho menos lo que quería. No me digas Eduardo; yo no soy Antonio. Hoy, es un hombre que ha resuelto no ser nadie, también por comodidad.

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